6 sept 2011




Donde nos asumimos inaprensibles gradualmente,
el alma quebrada repite su nombre y lo musita,
anidamos un invierno que no es efímero huésped,
está allí, renace y reverbera la melancolía,
con el temor de aquellos a un paso de perderse.

Convive en el fuego el amor del ser que se devela,
perturba un recuerdo abismal como hábito oculto,
rozan las palabras el segundo en que se queman,
y desde el lugar aciago donde yacen en desuso,
las noches crepitan dentro de un tiempo en espera.

Navega nublado el semblante a punto de fenecer,
caminas por las calles con arrebato de ternura,
encarnado crece en la ciudad un aliento de mujer,
y ante el deseo de inmovilizar lo que se fuga,
se prolonga en el centro de un amanecer.

Hay suspiros en la nostalgia de una llama,
sobre el oscuro estupor que me ha invadido,
irrumpe su furor insensato de huir transformado,
y en tardes perdidas que no tienen otro sentido,
se contrae en el borde brumoso de la añoranza.