23 mar 2011



Querida vida,

Llamarte bonita es aceptar que eres caprichosa. Sometido a la tiranía de tus caprichos y sabiendo que pocas cosas siguen una lógica consciente y racional, entenderás que vivirte no resulta nada fácil.

Me haces con celos, con envidia, con cabezonería, me haces con un montón de sentimientos y yo tengo aprender a arreglármelas con ellos. Esto tampoco es fácil. Lo peor de todo, es que una vez que he descubierto el funcionamiento humano ya no puedo hacerme el inocente. Por ejemplo, ahora que sé que el humano es envidioso, tengo que entrar yo primero por la puerta y que la envidia se quede fuera.
Además me haces mortal, y si no lo acepto rápido, te maltrato y no aprecio el tiempo que me das lo suficiente como para aprovecharlo cada día. No aceptar la mortalidad conllevaría vivirte insatisfecho, llorando por lo que nunca tendré, triste casi sin saber porqué. Con todo esto, para verte bella me haces amar lo perecedero, me haces amar los cambios. Y una vez más, eso tampoco resulta fácil.

También me haces lleno de palabras, y una por una tengo que ir conquistando significantes para no tener una vida de 800 palabras sino de 5000. Ir conquistando palabras para saber que el tiempo es mucho más que el clima, por ejemplo. Y más me vale aplicarme porque la única diferencia entre el resto de seres vivos y los humanos es el lenguaje. Así que si no quiero ser un borrico de oro…

Sobre todo, de todas las vidas posibles me haces elegir la mía propia. Me haces decidir y a veces tanta libertad me pesa en lugar de hacerme ligera como una paloma. Dijo Alberti: "se equivocó la paloma, se equivocaba…". Te confieso que no me termina de gustar que todo se sabe a posteriori y que no hay decisión perfecta. Casi me obligas a la salud, porque no elige igual una persona que goza de salud psíquica que una persona neurótica. No elige igual quien conoce no todas, pero sí muchas de las posibilidades reales, que quien elige entre opciones imaginarias o fantaseadas.

Para colmo además de tus caprichos, tengo que soportar los míos propios que no son pocos. Si un día estoy triste, todo mi pasado lo pinto triste y si un día estoy alegre, todo mi pasado lo pinto alegre, un poco injusto ¿no?

Querida vida, a ver si tú y yo nos vamos entendiendo. Porque en definitiva, odiarte no es más que una forma negativa de amarte, y la indiferencia me parece una práctica imposible porque los días con sol al final me llegan al corazón.